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Lobo Guerrero

Tienes flamenco, o no lo tienes. Podría ser tan fácil si los orígenes, las tradiciones, la tecnología y la autoimagen resultante no se hicieran un poco más difíciles, un poco más complejos. Pero como muchas otras simplificaciones, hay una pizca de verdad en este resumen. Porque el flamenco es un evento caracterizado por una fuerte pasión, tanto en el baile como en la música, que sería muy difícil de implementar sin una base emocional. Si alguna.

El flamenco es una forma de vida, parecida al blues, mucho más que el swing. En este sentido: Lobo Guerrero, el guitarrista barcelonés, tiene flamenco. Definitivamente, su actuación de anoche en el salón barroco del monasterio de Benediktbeuren fue un magnífico ejemplo de auténtica devoción. Guerrero lleva en la sangre los orígenes del flamenco, ha interiorizado su tradición, domina con certeza sonámbula la técnica de cuerdas de su instrumento y, junto a sus compañeros Rubio Montero (cante), Miguell Llobell (percusión) y Daniela Lodani (baile), él hace todo esto con una completa imagen de sí mismo alrededor. Como guitarrista, hizo sonar los diferentes matices y estados de ánimo del blues ibérico.

Independientemente de si tocaba acordes que llenaban la sala o corridas vertiginosas, se sentía en cada momento la diversidad cultural y la integridad del flamenco, que se compone (también audiblemente) de elementos indios, marroquíes, egipcios e incluso judíos. Sin embargo, Guerrero lo interpretó como su música. Duro quejumbroso, infinitamente orgulloso, lleno de melancolía. En Rubio Montero, su cuarteto tenía un cante desgarrador cuya voz parecía encapsular toda la desesperación y el sufrimiento del mundo. Una tristeza infinita se extiende a través de él con tremenda intensidad.

Enciende una llamarada de emociones, siempre en estrecha conexión con la guitarra improvisada y llevada por el palmoteo rítmico, las palmas. Miguel Llobell como percusionista mantuvo el ritmo con una naturalidad lúdica. A veces pegado al Cajón, a veces por Palmas.Con la bailarina Daniela Lodani, la velada adquirió una dimensión visual llena de gravedad y gracia. Sus movimientos llamativos, su postura tensa, sus gestos arabescos y ondulantes, hasta el golpeteo duro y seguro de sus pies, transmitían una sensualidad digna.

Una especie de danza expresiva escenificada cuyo juego de pulsaciones y paradas bruscas despliega un encanto muy especial. Un “concierto magistral” en el sentido más estricto de la palabra, que, desprendido del tiempo y del espacio, ilustraba la frase de Lobo Guerrero: “No puedo vive sin flamenco!

Jorge Konrad